"En la vida, lo importante es la capacidad de responder ante el sufrimiento del prójimo." (Ludwig Wittgenstein)

jueves, 22 de mayo de 2014

Poetizando espacios


La Tarara

La Tarara, sí; 
la Tarara, no; 
la Tarara, niña, 
que la he visto yo. 

Lleva la Tarara 
un vestido verde 
lleno de volantes 
y de cascabeles. 

La Tarara, sí; 
la tarara, no; 
la Tarara, niña, 
que la he visto yo. 

Luce mi Tarara 
su cola de seda 
sobre las retamas 
y la hierbabuena. 

Ay, Tarara loca. 
Mueve, la cintura 
para los muchachos 
de las aceitunas.


Agua,¿dónde vas?

Agua, ¿dónde vas? 

Riyendo voy por el río 
a las orillas del mar. 

Mar, ¿adónde vas? 

Río arriba voy buscando 
fuente donde descansar. 

Chopo, y tú ¿qué harás? 

No quiero decirte nada. 
Yo..., ¡temblar! 

¿Qué deseo, qué no deseo, 
por el río y por la mar? 

(Cuatro pájaros sin rumbo 
en el alto chopo están.)


Canción tonta 

Mamá, 
yo quiero ser de plata. 
Hijo, 
tendrás mucho frío. 
Mamá. 
Yo quiero ser de agua. 
Hijo, 
tendrás mucho frío. 
Mamá. 
Bórdarme en tu almohada. 
¡Eso sí! 
¡Ahora mismo!




Poema "Nanas de la cebolla",
de Cancionero y romancero de ausencias.
Hernández está en la cárcel. Ha recibido una carta de su mujer en la que le dice que muchos días no hay para comer más que cebollas. Y a su hijo, amamantado con "sangre de cebolla" (verso 10), le escribe unas "nanas", cuya composición parece insinuarse en otra carta a su mujer, fechada el 12 de septiembre de 1939: "Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche." Estas son las célebres "nanas":

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.




P.D. A veces estos ratitos poéticos sirven más que cientos de horas de pizarra, cuadernos y actividades. Nos hacemos más humanos. Lo digo como lo siento y que me denuncien los psicopedagogos de turno. SALUD.

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