"En la vida, lo importante es la capacidad de responder ante el sufrimiento del prójimo." (Ludwig Wittgenstein)

sábado, 14 de julio de 2012

EDUCAR CON CORAZÓN


Sigue dándome vueltas en la cabeza la película de ayer. Después de veintisiete años luchando contra una Administración Educativa empeñada en tener como eje de referencia a la famosa AGAEVE - Agencia Andaluza de Evaluación Educativa, otra Agencia cual la CIA norteamericana - y sus pruebas de diagnóstico, planes de calidad - el primero declarado ilegal por el Tribunal Supremo y la propia Junta de Andalucía -, me reafirmo en mi lucha. 
Frente a este ejemplo de "banalidad del mal instaurada" - y tristemente aceptada por parte del profesorado que no tiene lucidez ni capacidad de resistencia - abogo por su antítesis: EDUCAR CON CORAZÓN.
EDUCAR CON CORAZÓN es amar a los niños y a la escuela. Te comprometes a ser crítico con el sistema educativo absolutamente envuelto en burocracia, política, decretos, reglamentos, órdenes, inspectores, programas y planes de calidad, pruebas y estadísticas,...
Contra este pensamiento único - "sólo lo que aparezca en Séneca existe", lema de la inspección educativa -, debemos entregarnos a la noble causa de ayudar a nuestro alumnado a descubrir el mundo, a tratar de entenderlo, para que vayan construyendo una vida propia sana, satisfactoria y feliz. No hay más.
Nos daremos - lo sé por experiencia propia - contra el muro inhumano, frío, hostil y genuinamente repugnante de prejuicios sólidamente asentados en padres, profesores, equipos directivos, inspección y "técnicos y especialistas educativos", por doquier -.Si nadie lo remedia, terminaremos como meros funcionarios de gris rellenando actas e informes pero olvidando el elemento humano: el niño o la niña, la persona. Confunden lo que es políticamente correcto en una sociedad con la verdadera educación, la formación con el adiestramiento, el humanismo con el reglamentismo. Todo termina haciéndose odioso y olvidando la esencia: el CORAZÓN.
Termino con un texto de la obra "El loco" de Khalil Gibran. SALUD.

"Me preguntaís por qué enloquecí. Fue así. Un día, mucho antes de que nacieran algunos dioses, desperté de un profundo letargo y descubrí que me habían robado todas mis máscaras. -Sí, las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscaras por las calles atestadas de gente, gritando: "¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!".
Hombres y mujeres se reían de mí. Y al verme, algunas personas, llenas de horror, corrieron a refugiarse en sus casas.
Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó: "¡Miren! ¡Es un loco!". Alcé la cabeza para mirarlo y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro y mi alma se encendió de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y, como si fuera presa de un trance, grité: "¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!"
Fue así que enloquecí.
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos esclavizan.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón".

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