miércoles, 21 de octubre de 2015
Artículo para reflexionar
"AY, CAPITÁN, MI CAPITÁN"
"ESTE agosto pasado se cumplió el primer aniversario de la muerte del actor estadounidense Robin Williams. En mi memoria su rostro siempre es el de John Keating; sí, ya saben, el profesor de literatura personaje protagonista del filme El club de los poetas muertos, que quería que sus alumnos le llamaran "oh, capitán, mi capitán". El profesor Keating rompe con la tradición docente porque cree que debe convertir a sus alumnos en libre pensadores, lo que le llevará a enfrentarse con la dirección del colegio y, finalmente, a su despido por considerar aquélla que esa función que se atribuye como profesor excede los límites de su profesión.
¿Cuál es la función del maestro? Ésta es la pregunta. Debe de ser importante incluso más allá de los límites que demarcan el ámbito académico. ¿Por qué si no nuestros legisladores tocan y retocan las mil y una normas que definen nuestro sistema educativo siempre desde las trincheras del disenso? Ellos creen, aunque no lo declaren abiertamente, que enseñar es adoctrinar, así que tienen que poner mucho cuidado en lo que nos van a mandar a los profesores que hagamos con el tiempo que pasamos con nuestros alumnos en las aulas, porque eso puede moldear las cabecitas de nuestros niños y adolescentes de un modo u otro, quizá no compatible con el modelo ideológico que se pretende blindar pedagógicamente. Así que desde un lado de la palestra ideológica se carga con la asignatura de Religión como lanza en ristre, y el opositor se abalanza blandiendo cual cachiporra la Educación para la Ciudadanía; y como ninguno está dispuesto a dar su brazo a torcer, allí donde lo permiten sus triquiñuelas normativas, como en Andalucía, tenemos en un mismo grupo alumnos que, por no optar por Religión, tendrán en un mismo curso Valores Éticos y Educación para la Ciudadanía (¿sin valores éticos y sin tratar la laicidad como un puntal esencial de la ciudadanía democrática?). La excusa es prepararles para ser "buenos ciudadanos" (lo que quiera que eso signifique).
Nada nuevo en realidad, pues la educación siempre ha sido asunto político -se reconozca o no- dado que atañe de pleno a la comunidad en la que se han de integrar sus recién llegados. Hace dos mil quinientos años ya hubo una célebre víctima de esa preocupación política por la educación; me refiero, claro está, al maestro Sócrates. El veterano filósofo ateniense pagó con su vida por su manera de practicar la enseñanza debido a que la autoridad tiende a recelar de todo aquel que encuentra razones para discrepar.
En mi opinión fue el premio Nobel Bertrand Russell quien mejor supo definir la función del profesor; escribió: "Los maestros, más que ninguna otra clase, son los guardianes de la civilización. Deberían tener íntima conciencia de lo que es la civilización, y estar deseosos de impartir una actitud civilizada a sus alumnos". Y aclara para que no haya lugar a duda: "La civilización, en su sentido más importante, es una cosa de la mente, no de los agregados materiales al aspecto físico de la vida. Es una cuestión en parte de conocimiento, en parte emocional".
Por consiguiente, la educación es todo lo contrario a la propaganda. Aquélla tiene al alumno como fin en sí mismo, ésta lo usa como medio. De nuevo la claridad de Russell nos ahorra el esfuerzo de explicarlo nosotros mismos: "Para el propagandista, sus alumnos son soldados del ejército en potencia. Deben servir para fines que están fuera de sus propias vidas, no en el sentido de que todo fin generoso trasciende el yo, sino en el sentido de servir a privilegios injustos o poderes despóticos. El propagandista no desea que sus discípulos observen el mundo y escojan libremente un propósito que a ellos les parezca valioso. Desea, como un artista jardinero, que su crecimiento esté dirigido y se deforme para adaptarse a sus fines". Fines políticos, fines económicos, fines religiosos, justificados ideológicamente mediante un disciplinado ejército de dóciles maestros. ¿Es el deseo no confesado de quienes nos gobiernan?
Ojalá los políticos que ordenan las leyes educativas leyesen a Bertrand Russell y quedasen por ventura impregnados de su sabiduría. En espera de ese improbable milagro, habrá que subirse en más de una ocasión a los pupitres, como hicieran los discípulos del profesor Keating, para adoptar la emancipadora perspectiva del librepensamiento y, recordando a Sócrates y sus émulos, decir con voz quejumbrosa: "Ay, capitán, mi capitán".
JOSÉ MARÍA AGÜERA LORENTE (Diario de Cádiz, 21-10-2015)
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