"En la vida, lo importante es la capacidad de responder ante el sufrimiento del prójimo." (Ludwig Wittgenstein)

viernes, 22 de marzo de 2013

Artículo para reflexionar


LOS QUE IMPARTEN CLASE

TANTO los trabajos de investigación educativa como la propia experiencia de los estudiantes avalan firmemente la conclusión de que lo más relevante en el aprendizaje escolar es lo que ocurre dentro del aula, lo que allí hacen alumnos y profesores. Y, como ha documentado Agustín Escolano, lo que hacen los profesores en el aula tiene muy poco que ver con la gestión de los centros, ni con las burocráticas programaciones, ni con las prescripciones que emanan de la inspección o de la administración educativa. Es un tipo de trabajo denominado "cara a cara", en el que lo fundamental es el buen hacer del docente. 

Sin desdeñar la importancia de la reflexión teórica, la práctica de la enseñanza es una tarea en la que, con medios más bien pobres, constantemente se han de resolver problemas prácticos y, al mismo tiempo, facilitar la adquisición de conocimiento. Para ese cometido, las instrucciones que provienen de fuera del ámbito del aula, si bien no son del todo inútiles, apenas sirven a la hora de configurar el desarrollo de la clase, pues, formuladas a distancia, difícilmente se hacen cargo de las contingencias de cada momento. 

Viene a cuento esta reflexión porque, a fuerza de alabar el papel de directores, inspectores, asesores y administradores de todo tipo, es posible que olvidemos que en la mejora de la educación lo fundamental es lo que hacen los profesores en el aula; sin restar mérito a nadie, todo lo demás tiene una influencia limitada en los resultados escolares (en Finlandia, por ejemplo -¡la famosa Finlandia!- no existen inspectores de educación y parece que no les va mal). 

Hace tiempo que el huracán del gerencialismo se va instalando en el campo de la educación. Su postulado es que lo importante es la dirección de los procesos y no tanto el trabajo directo, pues, a fin de cuentas, el operario se limita a aplicar el diseño de los administradores. Es posible que esto sirva para una fábrica de automóviles, pero no para el mundo de la educación. La idea de trasladar, sin más, modelos de gestión de un campo a otro, sin tener en cuenta sus peculiaridades, suele terminar fracasando. 

Lo cierto es que, por acción o por omisión, asistimos a una devaluación del trabajo que constituye la seña de identidad de la profesión docente: dar clase en el aula. De alguna manera, la historia de la educación es una continua expropiación del saber y del estatus de quienes, en condiciones a veces difíciles, pasan las horas en contacto directo con los alumnos procurando enriquecer sus conocimientos. Desde hace ya tiempo ha venido creciendo el número de los que se atribuyen el saber de la enseñanza y dicen a los profesores lo que tienen que hacer. 

Administradores, pedagogos, asesores, inspectores y supuestos expertos de todo tipo, generalmente distantes de la vida en las aulas, atribulan a los docentes con innumerables prescripciones acerca de cómo deben enseñar y, como viene ocurriendo más recientemente, acerca de qué porcentaje de alumnos deben aprobar. Todo ello, ignorando, cuando no descalificando gratuitamente, el saber de los docentes de aula y su práctica profesional. 

Por otra parte, resulta que en el mundo de la enseñanza el estatus profesional se mide en relación directamente proporcional a la distancia que se mantiene del aula: mientras más lejos estés, más importante eres. La administración tiende a apartar de las aulas a quienes ocupan puestos de mayor relevancia, de manera que, con razón, los que permanecen en ellas sienten ocupar los puestos inferiores del escalafón. No se trata de no reconocer que, en la medida en que el docente se ocupe de otras tareas, se reduzca su carga lectiva; pero ello no tiene por qué implicar, como sucede en la práctica, una infravaloración del trabajo directo con los alumnos. 

Puesto que, como se ha dicho, uno de los factores más importante para el éxito escolar es el encuentro diario de profesores y alumnos en el aula, es más que conveniente que la voz -aunque a veces sea crítica- y el estatus de quienes desempeñan ese trabajo tenga mucho más peso en la educación. Está bien dar importancia a lo que hacen otros, pero elogiemos ahora a los que diariamente imparten clase en las aulas de nuestros centros escolares, y pongamos en valor su trabajo, no sólo de manera retórica, sino depositando en ellos más confianza y relajando sobre ellos la política de mucha vigilancia.

Francisco Javier Merchán Iglesias

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